sábado, 23 de julio de 2011

Todo esto ya lo sabes.

Me odias, me quieres; siempre contracorriente. Te grito, me hundo; me sonríes, me siento despreciable. Por ser esa sonrisa lo que últimamente mas quisiera ver y menos se presenta ante mí. Porque me odio a mi misma por permitir que juegues así conmigo, que cuando te parezca ni me hables y cuando te apetece quieres que te siga el rollo, por acabar riendome como la tonta que soy cuando me mira así. Quizá porque siento que puede ser que me haya pasado contigo, quizá por no ser capaz de olvidarte. Una vez intenté arrancarte de mí, arranqué cada vez que me sacaste la lengua pidiendo un beso, cada vez que creí derretirme por esa sonrisa tuya. Una vez arranqué de mí todo esto y, sin darme cuenta, me quedé con un hueco en el pecho, un huequito pequeño en principio, que fue creciendo dolorosamente a cada paso que daba lejos de ti. Tuviste que volver tú, a rellenar con miradas y risas, besos y abrazos, lunares y muecas ese vacío. Por eso, estoy mentalizada de que es mejor no volver a intentarlo, aunque eso signifique volver a mis peores días, a que nada pueda alegrarme la mañana si tu me has contestado mal, a estar alegre sin motivo solo porque has vuelto a cogerme de la mano. Que sí, que no haces más que jugar conmigo, que debería darme cuenta y todo eso que se dice, que eres imbécil y las demás cosas que te llamo cuando te odio a momentos, pero te regalo mi vida, te regalaré el Sol siempre que me lo pidas.

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